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Transparencia, progreso y calidad democrática

“Todas las relaciones de los hombres entre sí, descansan, naturalmente en que saben algo unos de otros”. Así comenzaba Georg Simmel en 1908 El secreto y la sociedad secreta. Esta cultura del secreto no sólo ha regulado y organizado las relaciones sociales sino que ha definido las relaciones entre estados; y, sobre todo, entre estados y ciudadanos.

Los secretos de estado, por una parte, se justificaban por la necesidad de controlar y omitir información a la ciudadanía para preservar su seguridad y garantizar la estabilidad del sistema, pero también como un mecanismo de control ante una ciudadanía que no sabía (porque no tenían la información ni las competencias necesarias para ello).

Por otro lado, y a medida que se desarrollaba la globalización (y la sociedad en red), los países y sus gobernantes se hacían más dependientes entre sí (incluidos sus secretos); no sólo en la toma de decisiones sino también frente a las tensiones crecientes que originaban los mercados financieros y los organismos internacionales.

Será con el inicio del Cablegate el 28 de noviembre de 2010 y el comienzo de la filtración de una mínima parte de los 251.287 cables procedentes de las embajadas de Estados Unidos en todo el mundo cuando se multipliquen las voces que comiencen a preguntarse si Wikileaks suponía el nacimiento de una nueva filosofía política o es la consecuencia de una filosofía preexistente.

El entonces ministro de Exteriores italiano, Franco Frattini, llegaría a afirmar que los Papeles del Departamento de Estado podían ser considerados “el 11-S de la diplomacia”. Era la profanación del espacio sagrado que conformaban las relaciones internacionales, un espacio en el que el espacio diplomático quedaba desnudo.

Sin embargo, y tras las filtraciones de Edward Snowden sobre el programa de espionaje Prism, el punto de vista del observador puede comenzar a modificarse y abrirse paso un discurso que considere que las filtraciones del Cablegate no significaban, en realidad, que la diplomacia de EEUU quedaba desnuda sino que lo estábamos nosotros como ciudadanos y aún no lo sabíamos.

Para entender si estamos ante un fenómeno con dinámica gradual o un acontecimiento puntual, explosivo y que genera un relato discontinuo parece pertinente analizar el aumento de nuestras competencias comunicativas.

Entre los síntomas que el desarrollo de Internet había desvelado destacaba la multiplicación del llamado efecto Streisand, que señala que en sociedades con una calidad democrática relativamente consolidada (y/o que tuviera a sus generaciones más jóvenes interconectadas), la mejor forma de dar a conocer una información es conseguir que los poderes públicos tradicionales (Estados, Gobiernos, actores políticos, agentes de lo público, etc.) ejerzan una censura clásica prohibiendo su difusión.

Esta acción genera una respuesta viral que hace que se considere que si esa información merece ser censurada por los poderes tradicionales es porque se pretende ocultar algo importante; produciendo la atracción necesaria -propia del secreto- para que se reproduzca el número de voces que demandan que esa información sea desvelada y multiplicando la importancia de la información ocultada.

El aumento de estas competencias no sólo ha tenido consecuencias en la relación entre medios de comunicación y ciudadanía, sino también a la hora de posicionar –en muchas ocasiones por delante de la agenda política y la agenda mediática- una agenda social que ha roto el monopolio tradicional de la circulación de información.

La sociedad civil ha ido construyendo un modelo de agenda social que pretende profundizar en los mecanismos democráticos y que considera que la transparencia debe ser uno de los principios sobre los que se debe establecer este nuevo contrato social.

Este nuevo contrato se basa, en cierta manera, en los postulados tradicionales del modelo nórdico que señalaba en los años 60 que una mayor formación de sus ciudadanos suponía un mejor funcionamiento democrático, cultural y económico del  conjunto de un país. De esta forma, la  introducción en las instituciones educativas de la educación para los medios hizo que el avance de la tecnología no supusiera una disminución de la actitud crítica ante las nuevas formas comunicativas y que principios inicialmente periodísticos trascendieran a la forma de ejercer la ciudadanía.

Aquellas sociedades que carecieron de una educación para los medios fueron inicialmente menos críticas con las posibilidades que ofrecía la tecnología.  En cierta forma, se pensó que la ciudadanía se empoderaba sola a través de la formación que el modelo educativo establecido les facilitaba, pero las competencias adquiridas fueron más comunicativas que de actitud ante el cambio y ante las nuevas demandas democráticas.

La interdependencia a escala global convirtió la transparencia en un parámetro interno de calidad democrática. Los estados en red ahora tienen que resolver el binomio global-local a partir de un cambio en la forma de ejercer sus funciones.

Se ven así ante el reto de una nueva alfabetización: el aprendizaje de un nuevo lenguaje (con sus propias metáforas) que sitúa al ciudadano en un sistema de responsabilidades ante lo público (entendido como lo relacionado con el Estado, como lo accesible, pero también lo que afecta a todo el mundo).

Se establece así la necesidad de superar la desinformación voluntaria; es decir, el acercamiento de baja intensidad al funcionamiento de la democracia. Esta nueva alfabetización ciudadana es entendida como la formación en una nueva cultura donde los ciudadanos han de aprender que su vida cotidiana está determinada por el funcionamiento de lo público, pero también que la calidad de vida que adquieran se rige por un sistema de interdependencia entre responsabilidades y demandas de la ciudadanía.

El estado comienza a verse en la necesidad de ejercer una labor proactiva (y en cierta medida pedagógica), no tanto hacia una necesidad de transparencia (ya demandada por la ciudadanía por una situación de descontento social), sino hacia mecanismos de participación ciudadana que generen nuevas formas de colaboración.

La transparencia se configura como un triple proceso: los motivos de las decisiones políticas/públicas, el proceso de toma de decisiones y los resultados que generan esas decisiones. Este sistema, cada vez más complejo (sobre todo por su trazabilidad), en unas ocasiones no se ha intentando explicar para evitar asumir responsabilidades y en otras el mensaje no ha llegado a su destinatario porque aquellos que han intentado asumirlas no compartían el mismo código democrático.

Queda, por resolver la tensión entre lo público frente a lo privado, no sólo a través de los mecanismos que lo regulan sino de ciudadanos que lo demandan en calidad de miembros de una comunidad.

La transparencia, como bien sabemos, está muy unida a la confianza y permite mayor independencia frente a las tensiones que genera lo global y lo local; al fin y al cabo, tal y como señalaba Giddens “la primera condición de los requisitos de la confianza no es la falta de poder, sino la falta de una información completa”. En cierta forma, esto implica que aquellos países que profundicen en estos sistemas de transparencia, colaboración y participación transmitirán mayor confianza (interna y exterior) en la estabilidad de tu economía, mayor independencia frente a movimientos especulativos financieros y decisiones de organismos internacionales y, simultáneamente, otorgará a sus gobernantes la responsabilidad de las decisiones en la medida en que su elección estará determinada por unos mecanismos democráticos mucho más continuos y graduales.

Esta nueva cultura de la transparencia permitiría crear una nueva forma de interdependencia que ya no se produce por lo que ocultan los estados, sino por lo que saben y comparten sus ciudadanos.